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dilluns, 20 d’abril del 2015

LA VOLUPTUOSIDAD DE SER SILBADO

Manifiesto Futurista
(1911 – Marinetti)

Entre todas las formas de literarias, la que tiene mejor adaptación futurista es desde luego la obra teatral. 
Queremos que también el arte dramático deje de ser lo que es ahora: un miserable producto industrial expuesto en el mercado de las distracciones y de los placeres ciudadanos.

Para conseguir esto hay que barrer todos los inmundos prejuicios que dominan a los autores, a los actores y al público.
1º) Con este fin enseñamos a los autores el desprecio del público, y en particular del público de los estrenos, cuya psicología se reduce a rivalidades de sombreros y trajes femeninos, vanidad de una localidad costosa transformándose en orgullo moral, palcos y butacas ocupadas por hombres maduros y ricos, de cerebro –naturalmente- despreciable y de digestiones laboriosas, lo que es incompatible con el menor esfuerzo intelectual. 
El público varia de humor y de inteligencia en cada teatro de una ciudad y en cada estación del año. Depende de los acontecimientos políticos y sociales, de los caprichos, de la moda, de los chubascos primaverales, del exceso de calor o de frío, del último artículo leído después de comer. Por desdicha, no tiene otro deseo más que el de digerir la cena en el teatro agradablemente. Está incapacitado, pues, en absoluto para aprobar, desaprobar o criticar una obra de arte. El autor puede esforzarse por sacar a su público de la mediocridad del mismo modo que se salva a un náufrago sacándole del agua; pero guárdese de que le aprisionen las manos inquietantes de su público, pues caería con él inevitablemente en su mediocridad entre un enorme estrépito deaplausos.
2º) Enseñamos también a sentir horror el éxito inmediato que corona las obras mediocres y banales, las producciones dramáticas que se apoderan directamente, sin intermediarios ni explicaciones, de todos los individuos de un público, son obras más o menos bien construidas, pero absolutamente desprovistas de novedad, y por tanto de genio creador.
3º) Los autores no deben preocuparse más que de la originalidad renovadora. Las producciones que parten de un lugar común o toman de otras obras de arte su trama o una parte de su desarrollo, son absolutamente despreciables.
4º) Los recursos del amor y el triángulo del adulterio, usados con exceso en literatura, deben quedar reducidos en la escena al valor secundario de episodios, de accesorios, que es lo que vienen a ser hoy en vida, gracias a nuestro gran esfuerzo futurista.
5º) El arte teatral, como todo arte, no tiene mas objeto que elevar el alma del público sobre la realidad cotidiana y exaltarla en una atmósfera deslumbradora de embriaguez intelectual. Despreciamos, pues, todas las obras que sólo se proponen emocionar y arrancar lágrimas con el espectáculo fatalmente lamentable de una madre que ha perdido a su hijo, de una joven que no puede casarse con su amado, y otras simplezas parecidas.
6º) El drama moderno ha de expresar el gran ensueño futurista que se desprende de nuestra vida contemporánea exasperada por las velocidades terrestres, marítimas y aereas y dominada por el vapor y la electricidad. Hay que introducir en la escena el reinado de la máquina, los grandes estremecimientos revolucionarios que agitan a las multitudes, las nuevas corrientes de ideas y los grandes decubrimientos científicos que han transformado por completo nuestra sensibilidad y nuestra mentalidad de hombres del siglo XX.
7º) El arte dramático no debe ser una fotografía psicológica, sinó una síntesis exacta de la vida con sus líneas más significativas y típicas.
8º) No hay arte dramático sin poesía, es decir, sin embriaguez y sin composición. Las formas prosódicas regulares serán excluídas. El escritor futurista se servirá del verso libre, movida instrumentación de imágenes y de sonidos que desde el tono más simple para expresar con exactitud, por ejemplo, la entrada de un criado o el cerrar de una puerta, se eleva gradualmente con el ritmo de las pasiones a estrofas cadenciosas y aún caóticas cuando se trata de anunciar la victoria de un pueblo o la muerte gloriosa de un aviador.
9º) Es preciso destruir la obsersión de la riquexa en el mundo literario, el ansia de lucro, que ha empujado al teatro a espíritus excesivamente dotados de cualidades de cronista o revistero.
10º) Queremos someter a los actores a la autoridad de los escritores y redimirlos de la influencia del público que los empuja fatalmente a buscar el efecto fácil, aléjandolos de todo intento de interpetación profunda. Para eso es necesario abolir la costumbre grotesca de los aplausos y de los silbidos, que podrá servir de barómetro para la elocuencia parlamentaria, pero no ciertamente para evaluar una obra de arte.
11º) En espera de esta abolición, enseñaremos a los autores y a los actores la voluptuasidad de ser silbados. No todo lo que es silbado ha de ser necesariamente bueno ni nuevo. Pero todo lo que es inmediatamente aplaudido no pasa del nivel vulgar de las inteligencias. Es, por tanto, mediocre, banal y manido.
Y al afirmar estas convicciones futuristas, tengo la alegría de saber que mi genio, varias veces silbado por los públicos de Francia e Italia, nunca será enterrado bajo la pesadez de los aplausos.

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